viernes, 11 de diciembre de 2009

La Pitbull

“¡¡Viera deschongue el de allá por el Punto!!”, le dijo la niña Micaela Osegueda a don Sofonías Pereira, cuando lo halló bebiéndose un atol de maíz tostado. Los demás atolantes pararon la oreja. “Fíjese que la Menche Aquino, la que vende frescos en el punto de las camionetas, le ha pegado una buena devanada a la Angelina Vargas –la Pitbull, que le dicen–. ¡Y el asunto viene de largo! Ya va a ver”. El auditorio afinó antenas.

Escrito por Francisco Andrés Escobar

“Hace años, la Pitbull se metió con don German, el que vendía ladrillos y tejas, allá, en la colonia Santa Marta. Ella vivía por el Campito. Los viernes, ya bien noche, ella se halló en ir, sin que nadie la viera, a la casa de don German. Al principio, llegaba con ‘pajas’: que présteme una cantarada de agua, que véndame no sé qué... Hasta que una noche en que él salió a buscarle no sé qué cosa, al entrar en el cuarto la halló chulona. ‘Hágame lo que quiera –dicen que le dijo–; pero deme quince colones’. Entonces, quince colones era pisto. No como ahora, que cien dólares no alcanzan ni para limpiarse las nalgas. Don German no perdió tiempo. ¡Un año estuvo viviendo con ella y dándole quince pesos por revolcada! Pues ya va a ver.

Las sobrinas de la Pitbull –la Chenta y la Lucila– a saber cómo se dieron cuenta, y decidieron ‘echarle el caballo’ con el viejo. Como eran jóvenes y con mejores ‘bollos’, don German quedó lelo, y fue dejando a la Pitbull. ¡Ella las odió para siempre! Hasta hoy, no las ha bajado de ‘putas arrastradas’. Y a los hijos no los baja de ‘maricones asolapados’. Lo que no se fija es que la hija de ella, la Felipa, la que tuvo con Chungo Centeno, le salió machorra. O se le hizo, porque no la dejaba que saliera con muchachos: que ese no me gusta para vos, que ese quiere que lo mantengan, que ese parece ‘del otro lado’. Total, que la cipota terminó de ‘tortillera’. Allá vive, en Méjico. Anda vestida de hombre, y está endamada con otra babosa que le monta penca y le saca las babosadas a la calle cuando se pelean. Trabaja. Pero a la Pitbull no le manda ¡ni un centavo! Pues ya va a ver.

Como la Pitbull es tan feya y cruel –no de balde le dicen como le dicen–, nadie la topa. Y a veces se las ve a palos con sus gastos. Además: las ganas de ‘aquello’, aunque ya está sesentona, no se le han ido. Ahí es donde entra la Menche Aquino. Dicen que el marido de esta –por birriondez, o a saber por qué– se ha empatado con la Pitbull. Cuando ella va a la capital, a comprar en la Tiendona para surtir el quiosco que tiene también por el punto de las camionetas, se zampa con el tal Esaú, así se llama el marido de la Menche, a una pensión de mala muerte. Allí hacen y deshacen, y sale cada quien por su lado, como si nada. Pero como siempre hay un ‘yo lo vi’, a la Menche le trajeron la noticia. ¡Para qué quiso! ¡¡Le ha zampado una talegueada!! ¡Pero tómese otro atol, don Chofo, yo lo invito, y le sigo con el ‘chicle’”.

Y el ‘chicle’ se alargó en el final de la tarde, bajo un alerón de orejas que no perdían palabra.

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