viernes, 15 de enero de 2010

El basurero del alma

Querido don Chico: como por su bronquitis no ha podido venir, le cuento por e-mail sobre el fallecimiento de don Meme Tigre, el dueño de aquellos potreros en los que a usted le gusta ver la puesta de sol.

Escrito por Francisco Andrés Escobar

Como ya sabe, aquí se acostumbra contratar anunciadora para que avise a la gente quién se ha muerto y cuándo va a ser el entierro. Tomando café estábamos con la Teba, cuando pasaron diciendo que don Meme había dado el pencazo. Como era el propio Treintiuno, la Teba no sacó venta, así que fuimos a acompañar.

“¡Don Meme sí le pegó al gordo!”, decía alguno, refiriéndose a que el hacendado había muerto en época de fin de año, cuando se sortean los mejores premios de la lotería. Pues bien, a las propias cinco de la tarde terminó la misa de cuerpo presente, y arrancó el sepelio hacia el panteón. Unos iban con una pata en el duelo y otra en la fiesta: era el último día del año, y mientras unos lloraban, otros ponían en práctica aquello de que el muerto al hoyo y el vivo al bollo.

Don Meme era un viejo fregado, aunque a veces tenía su dejo de bondad. Sus tierras las hizo quitándoselas a gente a la que le prestaba pisto. Si alguien se quería ir a los Estados y el coyote le cobraba veintemil colones, don Meme se los daba, le pedía las escrituras de alguna propiedad y, cuando la pobre gente venía deportada y no tenía cómo pagar, él caía encima. A saber qué arreglos le hacía un abogado marufa. Total: la gente se quedaba con una mano adelante y otra atrás. Así se fue haciendo de casas, solares, fincas y hasta haciendas. A nosotros nos prestó para que Lalo se fuera a los Estados. Como no teníamos qué darle en garantía, hicimos el trato de palabra. Y mi hijo cumplió: le pagó hasta el último centavo. Capital e intereses.

En sus últimos años, ya con el estómago hecho leña y atormentado quizás por la culpa, don Meme dijo a mandar ayudas a algunos hogares de niños y de ancianos. Y dijo a darle herencia al reguero de hijos que había ido dejando durante los setenta y tantos años que vivió. La culpa es fregada, don Chico. Uno, cuando está fuerte, hace carambada y media. Cuando envejece, la conciencia pasa la cuenta. Y vienen las noches sin poder dormir; las promesas a veintemil santos; las idas a las iglesias a lavar el tormento. De nada sirve. El mal hecho, hecho está. Y llega la enfermedad que lo va a sacar a uno de la cancha.

Dicen que las enfermedades las producen los virus, hongos, bacterias y parásitos. Eso es cierto; pero hay que agregar las culpas, los remordimientos, los odios, las rabias, todo eso que uno esconde en el basurero del alma. Además, influye el desgaste natural, ese que se acaba soles y planetas. Los creyentes dicen que una enfermedad larga y sufrida: o es la paga que la persona debe dar por los males que ha hecho, o es la mayor purificación para quienes han sido buenos. Ante tamaño misterio, esperemos a ver de a cómo nos toca.

Y lo dejo ya, para que pueda echarse su sueñito de cuche, como dice. (La Teba le tiene una libra de frijoles negros que mandó a comprar allá por Lempa.)

Su amigo de siempre: Sofonías Pereira

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