viernes, 29 de enero de 2010

Para desasosegar

Don Sofonías Pereira y don Miguel Tadeo habían ultimado ya el pichelón de café y la torta de yema. La recientísima novela “Caín”, de José Saramago, descansaba en una mesita aledaña. La niña Teba andaba por ahí, en sus oficios cotidianos, y convocaba al gato a devorar un mamaso de tortillas y chicarrones. El animal persistía en su ausencia.

Escrito por Francisco Andrés Escobar

“Pues como te decía hace un rato –abrió cancha don Miguel–, este libro me ha hecho gozar: es una lectura del Génesis, en claves de humor, cuestionamiento, ironía. Leé la página ochenta y ocho y mirá lo que Abraham le debió haber contestado a la divinidad cuando le pidió que le sacrificara a su hijo”. Don Sofonías buscó el pasaje. La carcajada fue sonora. “¡Arrecho el viejo, veá? No cualquiera se atreve a ponerle cáscaras de plátano a un libro ante el que todo mundo se arrodilla”. Y don Miguel fue buscando otros pasajes que le sacaron risas al anciano.

“Como ya te dije, Chofo, además de dejar claro que los dioses inmortales son creados por cerebros mortales y los libros sagrados por cerebros profanos, Saramago trata de reproducir el lenguaje hablado. Por eso no pone mayúsculas cuando se supone que debe usarlas: estas pertenecen a la escritura. Y ahora fijate en la puntuación. A nosotros nos enseñaron una catizumbada de reglas para el uso de los signos. Él solo usa la coma para indicar las pequeñas pausas que uno hace cuando habla, y el punto para indicar las pausas más largas. Él sostiene que el punto y coma no existe. Si la coma indica una pausa breve y el punto una pausa mayor, ¿para qué ese otro signo que no es chicha ni limonada?

¡Yo estoy encantado con ‘Caín’! Y lo que más me gusta es que rompe con la solemnidad con las que nos han acostumbrado a acercarnos a ese mundo de dioses, diosas, ángeles, diablos, que no son más que respuestas desesperadas de todas las culturas ante la angustia de saber de dónde venimos, qué hacemos aquí y adónde vamos. Yo estoy convencido de que el verdadero Absoluto está más allá de las religiones que montan sus grandes negocios sobre la ignorancia y la desesperación de la gente sencilla. Saramago dice que él escribe para desasosegar, es decir, para sacar de la pereza mental, del peso del dogma, y poner a pensar a la gente. Y esto es importante: que la gente crea lo que quiera, pero por ejercicio de la razón y no por peso de la imposición.

A mí, en el barrio me tienen por descreído. Vos sabés que no. Yo creo en la fuerza universal creadora de los mundos que existen. Y a esa fuerza, razón primera y última de todo, la llamo ‘padre-madre cósmico’. No creo en dioses que castigan o premian. Cuanto nos pasa es efecto de lo que hacemos, o dejamos de hacer, con el pensamiento, la palabra y la acción. Recogemos lo que damos. Y en cuanto a las religiones, si algo me asquea es vivir calumniando, robando, insultando, traficando, para luego ir a la iglesia o al templo a lavar la culpa, y salir a hacer peores zanganadas. En fin... ¡Y mirá: allá viene el gato todo derrengado!” Don Sofonías enfocó hacia el techo: “¡De seguro se ha dado en la madre con otro, porque a este animal, cuando agarra brama, no le alcanzan estos enlaminados para sus averías!”

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