Don Sofonías Pereira y don Miguel Tadeo habían ultimado ya el pichelón de café y la torta de yema. La recientísima novela “Caín”, de José Saramago, descansaba en una mesita aledaña. La niña Teba andaba por ahí, en sus oficios cotidianos, y convocaba al gato a devorar un mamaso de tortillas y chicarrones. El animal persistía en su ausencia.
Escrito por Francisco Andrés Escobar
“Pues como te decía hace un rato –abrió cancha don Miguel–, este libro me ha hecho gozar: es una lectura del Génesis, en claves de humor, cuestionamiento, ironía. Leé la página ochenta y ocho y mirá lo que Abraham le debió haber contestado a la divinidad cuando le pidió que le sacrificara a su hijo”. Don Sofonías buscó el pasaje. La carcajada fue sonora. “¡Arrecho el viejo, veá? No cualquiera se atreve a ponerle cáscaras de plátano a un libro ante el que todo mundo se arrodilla”. Y don Miguel fue buscando otros pasajes que le sacaron risas al anciano.
“Como ya te dije, Chofo, además de dejar claro que los dioses inmortales son creados por cerebros mortales y los libros sagrados por cerebros profanos, Saramago trata de reproducir el lenguaje hablado. Por eso no pone mayúsculas cuando se supone que debe usarlas: estas pertenecen a la escritura. Y ahora fijate en la puntuación. A nosotros nos enseñaron una catizumbada de reglas para el uso de los signos. Él solo usa la coma para indicar las pequeñas pausas que uno hace cuando habla, y el punto para indicar las pausas más largas. Él sostiene que el punto y coma no existe. Si la coma indica una pausa breve y el punto una pausa mayor, ¿para qué ese otro signo que no es chicha ni limonada?
¡Yo estoy encantado con ‘Caín’! Y lo que más me gusta es que rompe con la solemnidad con las que nos han acostumbrado a acercarnos a ese mundo de dioses, diosas, ángeles, diablos, que no son más que respuestas desesperadas de todas las culturas ante la angustia de saber de dónde venimos, qué hacemos aquí y adónde vamos. Yo estoy convencido de que el verdadero Absoluto está más allá de las religiones que montan sus grandes negocios sobre la ignorancia y la desesperación de la gente sencilla. Saramago dice que él escribe para desasosegar, es decir, para sacar de la pereza mental, del peso del dogma, y poner a pensar a la gente. Y esto es importante: que la gente crea lo que quiera, pero por ejercicio de la razón y no por peso de la imposición.
A mí, en el barrio me tienen por descreído. Vos sabés que no. Yo creo en la fuerza universal creadora de los mundos que existen. Y a esa fuerza, razón primera y última de todo, la llamo ‘padre-madre cósmico’. No creo en dioses que castigan o premian. Cuanto nos pasa es efecto de lo que hacemos, o dejamos de hacer, con el pensamiento, la palabra y la acción. Recogemos lo que damos. Y en cuanto a las religiones, si algo me asquea es vivir calumniando, robando, insultando, traficando, para luego ir a la iglesia o al templo a lavar la culpa, y salir a hacer peores zanganadas. En fin... ¡Y mirá: allá viene el gato todo derrengado!” Don Sofonías enfocó hacia el techo: “¡De seguro se ha dado en la madre con otro, porque a este animal, cuando agarra brama, no le alcanzan estos enlaminados para sus averías!”
Escrito por Francisco Andrés Escobar
“Pues como te decía hace un rato –abrió cancha don Miguel–, este libro me ha hecho gozar: es una lectura del Génesis, en claves de humor, cuestionamiento, ironía. Leé la página ochenta y ocho y mirá lo que Abraham le debió haber contestado a la divinidad cuando le pidió que le sacrificara a su hijo”. Don Sofonías buscó el pasaje. La carcajada fue sonora. “¡Arrecho el viejo, veá? No cualquiera se atreve a ponerle cáscaras de plátano a un libro ante el que todo mundo se arrodilla”. Y don Miguel fue buscando otros pasajes que le sacaron risas al anciano.
“Como ya te dije, Chofo, además de dejar claro que los dioses inmortales son creados por cerebros mortales y los libros sagrados por cerebros profanos, Saramago trata de reproducir el lenguaje hablado. Por eso no pone mayúsculas cuando se supone que debe usarlas: estas pertenecen a la escritura. Y ahora fijate en la puntuación. A nosotros nos enseñaron una catizumbada de reglas para el uso de los signos. Él solo usa la coma para indicar las pequeñas pausas que uno hace cuando habla, y el punto para indicar las pausas más largas. Él sostiene que el punto y coma no existe. Si la coma indica una pausa breve y el punto una pausa mayor, ¿para qué ese otro signo que no es chicha ni limonada?
¡Yo estoy encantado con ‘Caín’! Y lo que más me gusta es que rompe con la solemnidad con las que nos han acostumbrado a acercarnos a ese mundo de dioses, diosas, ángeles, diablos, que no son más que respuestas desesperadas de todas las culturas ante la angustia de saber de dónde venimos, qué hacemos aquí y adónde vamos. Yo estoy convencido de que el verdadero Absoluto está más allá de las religiones que montan sus grandes negocios sobre la ignorancia y la desesperación de la gente sencilla. Saramago dice que él escribe para desasosegar, es decir, para sacar de la pereza mental, del peso del dogma, y poner a pensar a la gente. Y esto es importante: que la gente crea lo que quiera, pero por ejercicio de la razón y no por peso de la imposición.
A mí, en el barrio me tienen por descreído. Vos sabés que no. Yo creo en la fuerza universal creadora de los mundos que existen. Y a esa fuerza, razón primera y última de todo, la llamo ‘padre-madre cósmico’. No creo en dioses que castigan o premian. Cuanto nos pasa es efecto de lo que hacemos, o dejamos de hacer, con el pensamiento, la palabra y la acción. Recogemos lo que damos. Y en cuanto a las religiones, si algo me asquea es vivir calumniando, robando, insultando, traficando, para luego ir a la iglesia o al templo a lavar la culpa, y salir a hacer peores zanganadas. En fin... ¡Y mirá: allá viene el gato todo derrengado!” Don Sofonías enfocó hacia el techo: “¡De seguro se ha dado en la madre con otro, porque a este animal, cuando agarra brama, no le alcanzan estos enlaminados para sus averías!”
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