sábado, 21 de marzo de 2009

¡Sí se pudo!

“Hijo: ¡ganamos! Después de añales de votar y de perder, el domingo la hicimos. ¡Vieras qué ordenadito estuvo! En más de algún lugar hubo algún bonche, pero no fue nada para el orden que tuvo el gentío.

Con tu mamá, primero fuimos a misa. Después, a votar. De ahí, desayunamos con pupusas en el negocio de don Ovidio. ¡Aquello hervía de clientela! Es que entraban cacastadas de gente de los cantones. Después nos pusimos a ver la tele: en todo el país, eran nudos de hombres y mujeres yendo a votar y comportándose a la altura.

Estuvo todo tan bien, que tu mamá, que no había pensado sacar venta, por cualquier cosa que pudiera pasar, después de mediodía se animó y dijo a preparar material. ¡A las tres ya estaba encendiendo el fuego y poniendo la lavatoriada de aceite! Vendió todo. Y es que cuando cerraron las votaciones, el gentío se quedó a esperar el resultado, y dijo a buscar chucherías. Los pasteles de tu mamá cayeron como mazorca en trompa de cuche.

En la tele, a las siete y media los del tribunal electoral dieron los primeros datos oficiales: ¡los de siempre iban perdiendo y los de nunca iban ganando! Fijate que en San Miguel la gente no le hizo caso al compromiso del alcalde de hacer que unas cien mil personas le dieran el voto al partido oficial.

La gente se adueñó de su conciencia y terminó votando por la oposición. Nadie esperaba eso. ¡Pero yo voy al alcalde! ¿Cómo se le ocurre querer mandar en la conciencia ajena y hacer transas con los votos? La gente es gente, no manada de chanchos.

Miguel Tadeo, así que votó se fue a la capital. Él no se perdía aquello. Dice que cuando se dieron los resultados casi definitivos, San Salvador tronó como el treinta y uno de diciembre. El gentío salió a las calles, con banderas y carteles. Los carros pitaban: ¡sí se pudo, sí se pudo! La gente se abrazaba, lloraba, gritaba.

Había caravanas enormes de carros en las principales calles. ¿Te acordás de La Chulona? La vistieron de rojo y a los pies pusieron un cartel con la foto de Mauricio. Dice Miguel que desde tiempos del doctor Arturo Romero y del ingeniero Duarte no había habido alguien que convocara a tanta multitud. A él hasta ganas de chillar le dieron.

¡Y la gran cueteadera! Soya, Mejicanos, Tushte eran una sola metralleta. En las colonias, la gente estaba en las calles y había sacado radios y televisores para seguir los acontecimientos.

Lo triste fue cuando ya noche aparecieron los perdedores. Tu mamá y yo ya no los alcanzamos a ver porque nos dormimos. Pero dice Miguel que estaban achicopalados.

Es que tenían seguridad de ganar, más con los votos que otros partidos les habían ofrecido. ¡Y les va saliendo sapo la babosada! Según tu mamá, en esta elección se ha empezado a cumplir lo que Monseñor Romero dijo: “Resucitaré en mi pueblo”; y según yo, toda la gente que murió luchando por la justicia ha sido honrada con este gane. En fin, Lalo,...”

Don Sofonías Pereira cerró el escrito con algún saludo habitual y envió el mensaje. Sentía fresca el alma. “De veras que sí se pudo”, se dijo. Y salió a la calle donde hasta le pareció que mucha gente estrenaba sonrisa.

Escrito por Francisco Andrés Escobar. Columnista de LPG

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