La señorita Pimpa era maestra, soltera, hija única, con casi seis décadas en la osamenta. Alta, delgada, aguilucha de rostro, musunga de pelo, velluda de piernas, no dejaba nunca su traje sastre. Si iba a velorios: negro; si a clases: celeste, marrón, crema, o lo que fuera, pero siempre con ese terno –falda, blusa y chaqueta– que la hacía sentirse espléndida.
Claro que los alumnos, impíos, la llamaban la Teniente. Y es que también, calzada con altos y punzantes tacones, zanqueaba largo y pateaba fuerte. “¡¡Ya viene la Teniente!!” Y el monerío volaba a acomodarse en los pupitres, mientras la maestra pasaba revisión, con aspecto de peligrosa gárgola.
Pero no era agresiva la señorita Pimpa. Después de todo, sus alumnos la querían por su proximidad humana y la respetaban por su competencia académica y por su capacidad para mantener los marcos de toda buena educación: “La tarea es para el lunes a las ocho; no para las ocho y media, ni para las nueve. ¡Y no admito el clásico ‘es que fíjese que’ de los haraganes!” Y en cuestión de buenos modales era implacable: “Andar limpio el uniforme, usar pañuelo, llevar los zapatos bien lustrados, peinarse, son actos de respeto para uno mismo y para los demás”. Y resucitaba el manual de Carreño para el comportamiento público y privado.
“¿Y cómo está su mamá, niña Pimpa?” “Para sus años, bien, don Chofo. Mira bien, oye claro, camina firme. Le aseguro que estoy más mandria yo”. “¡Usted siempre hermosota, no se haga! ¿Y cómo no va estar saludable, si sigue siendo una gran maestra!”
Y la señorita Pimpa se quedó un rato con don Sofonías para compartir con él, bajo la fronda de un arbusto, un poco de su mundo:
“No seré la mar y sus conchas, don Chofo; pero intento saber lo que enseño y hago lo posible por enseñarlo como Dios manda. Soy normalista, de las de antes. En aquellos tiempos, a uno le daban una formación bien completa. Yo me especialicé en matemáticas. No fue fácil. En esos años, se pensaba que los números eran cosa de hombres. No me importó.
En la ‘Normal’ estudié aritmética, álgebra media, álgebra superior y trigonometría. Después, aprendí por mi cuenta cálculo diferencial, cálculo integral, geometría analítica, estadística y demografía. ¡Y con eso le he ayudado a un gentío a tener bases para ir a la universidad! Hoy estoy aprendiendo computación. Voy a la capital, a clases, dos veces por semana. Es que los tiempos son otros, y uno tiene que estar al día... Espere un tantito, don Chofo. Allá va entrando a la iglesia el sacristán y quiero decirle que la abuela de él, que es mi vecina, está en paso de muerte. El ingrato, por andar sacudiendo santos, ha dejado íngrima a la pobre señora...”
La señorita Pimpa fue y volvió. Luego, el jubilado y la maestra alargaron la conversa: “Pues como le decía...” Por las calles aledañas, ya empezaban a andar los pregones que ofrecían las proverbiales sabrosuras de la tarde.
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