sábado, 17 de octubre de 2009

El bíblico

Léalo, se va reir.
Escrito por Francisco Andrés Escobar

Don Sofonías Pereira afinó la atención. Tenía la virtud de oír. No aconsejaba, si no se lo pedían; tampoco era amigo de reprensiones. Prefería oír; más bien, escuchar. Con gesto sereno iba siguiendo las palabras, y el confesante hallaba consuelo en explayar alegrías y tristezas, sin que el anciano arrebatara verbo para competir en historias sabrosas o escabrosas. Por eso, sentada en el banco del parque, la gallinera, amiga de don Chofo, continuó:

“Como le decía, a mi pobre hija me la andan de boca en boca allá en el barrio. Resulta que a la muy tonta se le metió casarse. Yo le dije: ‘Acompañate, si tanta es la gana; pero no te matrimoniés. Así, si el hombre te sale inútil, lo dejás ¡y santos en paz!’ Pero cuando una mujer dice por aquí, es más fácil levantar a un burro sentado. ¡Pues ya va a ver!

Resulta que se casó con un muchacho de buena apariencia, pero de esos a los que la nana los ha tenido bajo las naguas: que parónde vas, que diónde venís, que ojalá consigás esposa que te ayude en todo, que hoy no podés faltar a la iglesia, en fin... En la noche de bodas, el mentado hombre ¡nada! Mi hija bien bañada, lista para lo que toca, pero él... ¡lo que se dice nada! Pasó una semana, un mes... El baboso volvía del trabajo: ‘¿Qué tenés de comida? Servime’. Se socoliaba, se ponía a ver futbol, porque da la vida por esa babosada, ¡y se quedaba dormido frente al tele! Cuando se despertaba, salía como sonámbulo, ¡a roncar! ¿Y mi hija? ¡Silbando en la loma!

Mire, yo no me hago la santita, don Chofo. Mi mamá era rigiosa, yo soy rigiosa, y mi hija ¡por lo consiguiente! No me lo pregunta, pero con mi marido si algo aprendimos fue a retozar en el dormitorio. Nosotros en la cama, en el suelo, en una mecedora, ¡hasta una mesa vieja destartalamos una vez en medio de la tembelequera! No nos casamos, porque para qué: el matrimonio civil es un contrato; el religioso, una ceremonia; nada más. ¡Lo que cuenta es el amor en la pareja y el goce en el dormitorio! ¡Y para eso, mi marido y yo nos pintábamos! Pues ya va a ver.

Dice mi hija que el baboso ¡a hablarle de la Biblia se ponía en la cama! ¡A darle doctrina! ¡Imagínese! ¡¡Eso es para el templo!! Mi hija con ganas de que él la torciera toda, ¡y el muy tonto predicando! ¡Influencias de la nana, por supuesto! ¿Qué pasó entonces? Que como a los dos meses de estar en ayunas, ella conoció a otro. Quizás éste ya venía de regreso de mucho ¡y a saber cómo la puso, que le gustó! Ni corta ni perezosa, se fue con él... ¡y ahí anda el bíblico, todo achicopalado! Se volvió a donde la nana ¡y el que no da la cara!

No, don Chofo. Como dice el dicho: ‘Contigo, pan y cebolla’, pero si el hombre echa reata: en el trabajo y en la cama. Si no, que no busque dama. Así que ahí anda mi hija, de boca en boca: que es una perdida, que qué barbaridad hacerle tamaña zanganada al muchacho... ¡Ay, pero ya lo estoy aburriendo, don Chofo... Espéreme tantito, que allá va aquella mi comadre, que me debe como seis dolares de una gallina que le fie...”

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