viernes, 6 de noviembre de 2009

Los toldos de noviembre

“¡Agarrate bien, Teba, no te vayás a dar tu barquinazo y vayás a quedar más mandria de lo que estás!” Y don Sofonías Pereira prestaba apoyo a su mujer. La noche anterior había caído un vendaval de cinco horas, y las piedras y la tierra estaban tan desmostoladas como para esguinzarse el alma.

Escrito por Francisco Andrés Escobar

Desde tres cuadras antes, la calle al cementerio chisporroteaba. Coronas y arreglos florales se trenzaban con las comidas del pueblo. Allá: azucenas, nardos y gladiolas naturales. Al lado, pasteles, pupusas, tamales, panes con pollo. Aquí, claveles, rosas, coronas de ciprés. Más allá: papas fritas, chilate, schuco. Hacia aquel lado: hermosísimas guirnaldas de papel encerado: “¡Con flores tan cachimbonas, dan ganas de morirse, usté!” Acullá: atol de piñuela, de maíz tostado, yuca con pepescas o fritada... “¡Yo cómo me voy a querer morir, ni que fuera pendeja. Tengo mi casa, mis hijos y mi damo; porque una, sin estaca, no es nada, mamita!” Y la carcajada estalla.
Y el barullo crece: “¡Mirá, vos, allá va la Culo de Hule!” (...) “Niña, la tal Carmelina, la peperecha que se endamó con el militar aquel. ¿Ya no te acordás?” (...) “¡Esa! ¡Viva fue la muy zorra! Cuando la guerra, el baboso compraba casas, con pisto que se iba güeviando. Para que no lo avanzaran, las iba poniendo a nombre de la mujer. Cuando terminó la guerra, dijo a que se las traspasara. ¡Güevos! Ella ella le pasó una casa toda vieja, y las demás no las soltó. Al pendejo le dio derrame ¡y se templó! Desde entonces, la babosa vive como quiere y con quien quiere. Allá va, con aquel viejo trompudo. ¡Ese anda viendo a ver si la mete!”

Plátanos fritos, enredados de yuca, horchata... “¡Tiene, hojuelas, usté?” “No. Eso solo en la capital”. “¿Y eso que le llaman fiambre, o chambre?” “Peor. Eso solo allá por Santa Ana. Es plato chapín, y como Santa Ana está cerca de Guaima...” “¡Hay jícamas y granadillas!” “¡Mango con chile y limóooon. Mango con chile y limóooon!”

Sorbetes, minutas, jocotes... “¡Mirá a las Otero, vos, en aquel carrazo! Esas eran chuñas; y ahora ¡miralas! Como el hermano vive en los Estados, les manda ‘bolas’; y para este día viene a enflorar a la nana”. “¡¡A dólar, a dólar el ramo. A dólar!!”

“Hacete a un lado, Teba. No nos vaya a revolcar un carro”. La fila de autos avanza lenta, entre el gentío y la doble hilera de toldos que todos los noviembres amparan ese florido mercado del día de muertos. Él, con una corona de ciprés al hombro; ella, con un morado gajo de flores de papel, don Sofonías y la niña Teba van a su sagrada ceremonia anual: “Desde que mis compadres murieron, tenemos la devoción de enflorarlos. Para la guerra, a los dos únicos hijos los fueron a sacar de la casa unos hombres armados. Y a mi compadre Remigio y a mi comadre Mirtala los mataron, cuando venían, de no sé dónde, de ver si los hallaban...” Y don Sofonías aseguró el brazo de su Teba, para atravesar la apretujina de la entrada del panteón.

Unos mariachis entonaban “Nube viajera”. Dos curas tumbeaban, administrando responsos. “¡Vaya, por lo menos alguna gente todavía se acuerda de rezar!” Una “pulún pulún” soltaba enardecidos cumbiones. Algunos chavos hacían centavos, limpiando y repintando lápidas. Y en la tarde fresquísima, una partida de chuchos en brama acosaba, sin miramientos, a una perra imposible.

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